Era cierto que es una “auténtica suerte” tener una
cafetería, en la cuadra siguiente a donde vivo, en la que sirven un empezar del
día tan suculento. “Café la Fortuna ”.
Continúan gustándome los juegos de palabras. Condición indispensable para un
músico que pretenda conseguir atrapar una buena letra para esas llamemos... liebres de inspiración. Hoy desayunaré un poco
más italiano, porque, además del capuchino, los huevos revueltos –casi continentales,
imprescindibles y de gratos recuerdos- me comeré uno de esos dulces rellenos de
crema. ¡Qué raro estoy! Otro lunes de buen humor.
- ¿Éste de aquí, sir? –Me adivinó como siempre el
deseo, Richard.
Señalaba, con cierto aire de magnificencia, el croissant
al que no le había quitado ojo desde que lo descubrí trás el cristalino
expositor.
- No sé cómo demonios lo haces, Richy. Será porque
eres nieto de un… bendito adivino de las montañas escocesas. Sí, ese mismo…, y
no me llames, sir –tuve que sonreír- sé que lo haces por agradar a la inquina
irónica de tus ancestros.
-Aparte de mofarse de esos ridículos tratamientos que
se estilan en su... nunca bien amada Inglaterra, mis antepasados highlanders se
deben estar revolviendo en sus tumbas porque hoy…, me levanté con malas
sensaciones. En fin…
Se fue y volvió a la mesa con una bandeja rebosante con
todos los cubiertos.
- Casi no le reconocí al entrar…, Mr. John –habló, de
nuevo, el barman-. Se preguntará por qué. Lo único que puedo sugerirle es que
vuelve a llevarse el estilo de corte de pelo a lo Elvis. No alcanzo a entender
la razón última por las que “desaparecen” personas tan valiosas. Por cierto, eso
sí que es música.
Después de dejar caer el ensortijado consejo, su queja
y la irreverencia se alejó hacia la barra canturreando “Love Me Tender”.
Él era uno más de los atractivos de este sitio, pensé,
mientras me di a devorar todo lo que tenía al alcance y a lamentar la frenética
mañana que me esperaba.
Al otro lado de Nueva York un hombre de unos 25 años
de edad, y mediocre en todo lo demás, compró un ejemplar de “El guardián entre el centeno”.
- ¿Podría facilitarme, librero, una de esas plumas que
usamos los escritores para firmar nuestras obras? Será un instante.
La tienda por el género que vendía y más por la hora
estaba desierta. “Desde luego que éste no es J.D. Salinger…, bueno un loco más
en la gran manzana”, meditó a la vez que alargaba al cliente lo que le había
pedido. No quiso evitar leer, a hurtadillas tras la pasta marrón de sus
anteojos, lo que escribió el enigmático joven sin soltar de su sobaco una copia
del LP “Double Fantasy”.
“Para Holden
Caulfield. De Holden Caulfield. Esta es mi declaración”.
Pasado el mediodía, camino a casa, John recordó la
fotografía que había seleccionado de entre todas las tiradas durante la titánica
sesión. Estaba como poco antes de venir al mundo: en posición fetal, acurrucado
junto a su pareja. Y ella, perdida, ajena a su caricia. Captaba, fielmente, la
relación que mantenían en la actualidad. O quizá fuese premonitoria, cíclica...
la soledad del orígen.
En el portal
había varios curiosos, como siempre. Un individuo se acercó a la estrella. En
una pistolera, pegada al interior de la camisa, portaba un revólver 38 Special
de Charter Arms. En silencio, le extendió una copia del LP “Double Fantasy” que se sacó de debajo del
otro brazo. John escribió su nombre completo seguido de 1980.
- ¿Es todo lo qué quieres? –preguntó cortés.
Ambos sintieron
un destello y, de inmediato, el cansino ruido de una cámara fotográfica. La
celebridad sonrió al reconocer la cara del reportero. El seguidor se alejó, probablemente,
cambiando de planes.
En idéntico lugar, unas horas más tarde, permanecía aquel
hombre parado en la sombra de uno de los arcos que conformaban la fachada del edificio
Dakota. Sus manos, en los bolsillos de un grueso gabán que le protegía del
invierno en aquella noche del 8 de diciembre, acariciaban dos objetos podría
decirse que antagónicos: el lomo de un libro que contenía una suplantada
declaración de culpabilidad y un gatillo sin sentimientos.
La limosina enfiló la Calle 72 Oeste.
Diez para las once. Saludaré un momento a los fans.
¡Tanto rato esperando! Y este frío. Se lo merecen. Espero que Sean no se fuera
a dormir ya. Aunque es tarde. Sólo cinco añitos. Tengo que pasar más tiempo con
él… -John se habló sin mover sus labios.
- Nos bajamos aquí, querida. Serán unos saludos. ¡Ve
delante y dile a nuestro hijo que me gustaría darle las buenas noches!
La mujer entró a la residencia. Unos minutos
cordiales. La sombra bajo el arco disparó cinco balas de punta hueca que salían
de un 38 Special. Un tiró pasó por encima de la cabeza de la víctima impactando
en un portón abierto del inmueble. Sin embargo, dos entraron por la espalda
saliendo por el pecho; uno le toco el cuello y el otro destrozó su hombro
izquierdo.
Tengo que subir estos peldaños. Sean me espera. ¡Cómo
duele…! Amor mío. ¡Ya no creo en nadie! Sólo en Yoko y en... en mi hijo...
Imagina que no hay paraíso. No hay nada por lo que matar o morir..., toda la
gente viviendo la vida en paz.
Soy un soñador... se me va la vida… Ningún infierno
debajo de nosotros... solamente, cielo.
El conserje cubrió el cuerpo de Lennon con la chaqueta de su uniforme. Le
quitó las gafas, redondas, ensangrentadas.