martes, 25 de junio de 2013

Gracias Agache

A veces vamos y venimos por la vida como si no fuera con nosotros. Postergando ganas; haciendo planes de futuro irrealizables; recordando tiempos que, tal vez, no fueron mejores. Si ya se, como dice Sortibán el ciego, en un pasaje de “La última luna de Achinech”: aprender a vivir es lograr pequeñas y grandes renuncias. Es verdad, no se puede tener todo ni siquiera pretenderlo, coincido con él. Pero como también expresa mi querida Sibisse, otro de mis personajes, la esperanza es lo último que se pierde pero la ilusión nunca debería faltar.

Decía, en agradecimiento, después de la acogida que tuve en Arafo, que yo me quedo con lo positivo. Sobre todo, con el buen fondo de la gente que me voy encontrando por el camino.
Hay un algo, lo más destacable a nivel sentimental, que me ha aportado esta experiencia narrativa en la que me he aventurado. Después de darle unas cuantas vueltas al corazón, sigo ahondando en lo que de verdad nos toca por dentro.

A donde quiero ir a parar es que lo que realmente me ilusiona, de este proyecto literario, es la posibilidad de ir girando llaves. Esas que abren los desvanes donde guardamos lo mejor de nosotros mismos. Quizá sea  porque al escribir abres el alma de tu casa de par en par. Gracias a aquellos que han compartido conmigo las muchas cosas bonitas que empolvan, pero cuidan, en su interior.

sábado, 8 de junio de 2013

¡El viaje continúa!


A todos los amigos que no pudieron asistir a la presentación del libro “La última luna de Achinech”, en Arafo, o a los que quieran repetir experiencia, les invito a “embarcar” de nuevo. 

Esta vez en El Escobonal de Agache. Será, Achamán mediante, el próximo día 22 de junio de 2013 a las 19:00 horas en el Auditorio Centro Cultural del Escobonal. 

Colabora en la realización del acto el Tagoror Cultural de Agache. 

Contaremos con la actuación musical del cantautor canario Ángel Curbelo. 

Gracias por venir

Cuando uno camina, los paisajes con sus habitantes y sensaciones se van quedando atrás. Al principio, la boca abierta que provoca la marcha, el sorprenderse; destapar lo inesperado, los aspectos imposibles de prever: se nos almacenan, de manera torrencial, en la trastienda de nuestras retinas. Apenas te das cuenta del movimiento y de todo lo vivido en el breve espacio de tiempo en que vences las rutinas. Es como si vivieras a medias lo que ocurre porque ni capacidad te da para interiorizarlo por completo.

Al final de una agotadora jornada: el cansancio termina por hacernos cerrar los ojos. Es entonces el momento en que regurgitan las emociones. A veces, como relámpagos cegadores que llegan a nublarnos el corazón, sacuden la vigilia de los recuerdos. Provoca que vuelva ese mordisco de ansiedad por lo vivido. Otras, se presentan como un agradable cosquilleo, tintineante, que nos va colmando de alegría y parece que va a derramarse fuera de nosotros.


Todo periplo conlleva sus peligros añadidos. Siempre hay a quien le disguste ver pasar las comitivas, con sus ruidos, mudanzas y sudores. Sea como fuere y cómo cada cual lo viva, yo me quedo con lo positivo. Sobre todo con el buen fondo de la gente que me voy encontrando por el camino. Sus palabras de aliento. La acogida franca, un abrazo o sencillo apretón de mano, miradas de orgullo compartido, ojos húmedos que me tocan el corazón y un “hasta siempre” sincero. Yo me quedo –como canta el amigo Pablo Milanés- con todas esas cosas, pequeñas, silenciosas. Con esas, yo me quedo…