Diario en Cuarentena
Con los valores
puestos
Ando con la lágrima a flor de piel.
Será porque me desnudé de flores y de trampas. Sigo revolviéndome
con las letras aderezadas con notas que dejó Aute, dedicadas a los que buscan
mensajes en lo bello. Encuentro alguna clave y, sin embargo, me muestro
contradictorio. Será lo que mueve a que escriba pero, detrás de la página,
esquivo la mirada a los seres íntimos para enjugar una emoción reincidente. No
quiero se den cuenta de lo que me hace mella ni alertarlos más de lo necesario.
Presiento que es un error calculado el llorar sólo a solas. Continuar callando
en cualquier apretar de dientes, bien de ira o por tristeza.
Presiento que tras la noche,
vendrá la noche más larga...
Cierro los ojos cuando despierto al alba,
sacudo la opresión de la marca provocada por la máscara sobre el rostro, lavo
mentalmente unas manos de plástico que no son mías. Nada parece alejar esta
pesadilla, dicen los más viejos, que ya nos tocaba por generación. Hace años
que el mal de tantos no me consuela. Ni siquiera el daño que me infrinjo por no
conocer mis puntos sensibles. Renunciar a uno mismo no es una evolución. Nos
habremos equivocado al redondear el mundo derribando los muros de la
incomunicación, o allanando fronteras escarbadas entre afines. Los atrapados
por la red del conocimiento deben pagar una renuncia en vida. Y si no, el
precio desorbitado de la soledad.
Nuestras vidas son los ríos que
van a dar a la mar…
En lo alto de las vertientes hay
personajes que sobreviven a cualquier costa. Medran por los meandros de la
mediocridad, orillan compromisos y discurren maldades. Se valen del medio que
sea para lograr sus desahucios.
No me voy a detener en arrancar los
palos que meten en el avance común; en discutir sobre derechos consolidados a
cuenta de sangre y sudores fríos y que se ejercen, o no, practicando el don
terrenal del libre albedrío.
No quiero malgastar otro instante
en desmontar confesiones absolutas; en arrastrar el carro, tapado por la vieja
manta de la falsedad, que renquea de cargar hasta los topes con egoísmos. Los que buscan oro cavan mucho y encuentran
poco.
No pienso arriar de mástiles
dorados el engaño sucio de la codicia. No emplearé un roce de fuerza en persuadir
a vencedores de su derrota moral, o en derrochar una brizna de ilusión para
restaurar limosnas saqueadas. Es batalla o empresa perdidas.
Manrique, Unamuno,
tantos clarividentes ya fracasaron antes. Tampoco soy más que nadie ni nadie
para dar consejo. No hago historia en pensar que todos deberíamos aprender en
cabeza propia.
Venceréis pero no convenceréis…y
llegados son iguales los que viven por sus manos que los ricos.
Ando con la lágrima a flor de piel
por los que aplauden al que acaban de salvarle la vida. Se alegran del bien
ajeno. Por los que aplauden a los que aplauden. Los que no le bajan la mirada a
la muerte cuando viene a llevarse a unos desconocidos que han convertido en
alguien suyo. Por los que aprietan la mano en la lucha o, llanamente, para
despedirse juntos. Aman, luego viven. Siguen existiendo. Incluso allá, donde
empiezan las vertientes, hay personas que mueren con los valores puestos.