domingo, 26 de abril de 2020

Con los valores puestos


Diario en Cuarentena

Con los valores puestos

Ando con la lágrima a flor de piel. Será porque me desnudé de flores y de trampas. Sigo revolviéndome con las letras aderezadas con notas que dejó Aute, dedicadas a los que buscan mensajes en lo bello. Encuentro alguna clave y, sin embargo, me muestro contradictorio. Será lo que mueve a que escriba pero, detrás de la página, esquivo la mirada a los seres íntimos para enjugar una emoción reincidente. No quiero se den cuenta de lo que me hace mella ni alertarlos más de lo necesario. Presiento que es un error calculado el llorar sólo a solas. Continuar callando en cualquier apretar de dientes, bien de ira o por tristeza. 
Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga...
 Cierro los ojos cuando despierto al alba, sacudo la opresión de la marca provocada por la máscara sobre el rostro, lavo mentalmente unas manos de plástico que no son mías. Nada parece alejar esta pesadilla, dicen los más viejos, que ya nos tocaba por generación. Hace años que el mal de tantos no me consuela. Ni siquiera el daño que me infrinjo por no conocer mis puntos sensibles. Renunciar a uno mismo no es una evolución. Nos habremos equivocado al redondear el mundo derribando los muros de la incomunicación, o allanando fronteras escarbadas entre afines. Los atrapados por la red del conocimiento deben pagar una renuncia en vida. Y si no, el precio desorbitado de la soledad.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…
En lo alto de las vertientes hay personajes que sobreviven a cualquier costa. Medran por los meandros de la mediocridad, orillan compromisos y discurren maldades. Se valen del medio que sea para lograr sus desahucios.
No me voy a detener en arrancar los palos que meten en el avance común; en discutir sobre derechos consolidados a cuenta de sangre y sudores fríos y que se ejercen, o no, practicando el don terrenal del libre albedrío.
No quiero malgastar otro instante en desmontar confesiones absolutas; en arrastrar el carro, tapado por la vieja manta de la falsedad, que renquea de cargar hasta los topes con egoísmos. Los que buscan oro cavan mucho y encuentran poco.
No pienso arriar de mástiles dorados el engaño sucio de la codicia. No emplearé un roce de fuerza en persuadir a vencedores de su derrota moral, o en derrochar una brizna de ilusión para restaurar limosnas saqueadas. Es batalla o empresa perdidas.
Manrique, Unamuno, tantos clarividentes ya fracasaron antes. Tampoco soy más que nadie ni nadie para dar consejo. No hago historia en pensar que todos deberíamos aprender en cabeza propia.
Venceréis pero no convenceréis…y llegados son iguales los que viven por sus manos que los ricos.
Ando con la lágrima a flor de piel por los que aplauden al que acaban de salvarle la vida. Se alegran del bien ajeno. Por los que aplauden a los que aplauden. Los que no le bajan la mirada a la muerte cuando viene a llevarse a unos desconocidos que han convertido en alguien suyo. Por los que aprietan la mano en la lucha o, llanamente, para despedirse juntos. Aman, luego viven. Siguen existiendo. Incluso allá, donde empiezan las vertientes, hay personas que mueren con los valores puestos.   


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