A
veces vamos y venimos por la vida como si no fuera con nosotros. Postergando
ganas; haciendo planes de futuro irrealizables; recordando tiempos que, tal
vez, no fueron mejores. Si ya se, como dice Sortibán el ciego, en un pasaje de
“La última luna de Achinech”: aprender a
vivir es lograr pequeñas y grandes renuncias. Es verdad, no se puede tener
todo ni siquiera pretenderlo, coincido con él. Pero como también expresa mi
querida Sibisse, otro de mis personajes, la
esperanza es lo último que se pierde pero la ilusión nunca debería faltar.

Hay
un algo, lo más destacable a nivel sentimental, que me ha aportado esta
experiencia narrativa en la que me he aventurado. Después de darle unas cuantas
vueltas al corazón, sigo ahondando en lo que de verdad nos toca por dentro.
A
donde quiero ir a parar es que lo que realmente me ilusiona, de este proyecto
literario, es la posibilidad de ir girando llaves. Esas que abren los desvanes
donde guardamos lo mejor de nosotros mismos. Quizá sea porque al escribir abres el alma de tu casa
de par en par. Gracias a aquellos que han compartido conmigo las muchas cosas
bonitas que empolvan, pero cuidan, en su interior.